sábado, 4 de agosto de 2018

LA DIFERENCIA ENTRE UN ÚNICO GOL Y UN GOL ÚNICO



Habíamos planeado la jugada en muchas ocasiones. Mi compadre Willy se llevaría la pelota y con ella a medio equipo rival intentando quitársela, mientras yo –sigiloso- lo seguiría de cerca. Y cuando ya esté en posición de tiro, Willy dejaría “muerto” el balón en el camino y seguiría su carrera haciendo que todos piensen que él aún tiene la pelota, aprovechando –yo- para patear el esférico e hinchar las redes contrarias. 

Pero esto lo decíamos como una fantasía. Yo siempre jugaba de defensa central, y hacer un gol no estaba en mis apetencias. Y mi compadre Willy, rara vez participaba en alguno de los partidos que disputábamos los fines de semana con el equipo del barrio, el Club Deportivo Huracán.

Pero una mañana, todo coincidió. Willy formaría parte del equipo y, como habíamos imaginado cien veces en nuestros devaneos futbolísticos, logró desmarcarse de uno y dos rivales y se dirigió al arco de los Diablos Rojos, nuestro contendor de turno… “¡Danieelll!”, escuché que gritó, y corrí detrás de él. Y justo cuando mi compadre llega al borde del área contraria, deja el balón y –ante el desconcierto de los rivales- yo enfilo una patada tan furibunda, que la pelota se introdujo limpiamente en el arco rival, anta la angustiante estirada del “Pedro Picapiedra”, el portero de los Diablos. Fue un golazo. Y fue el único gol que hice en estos encuentros que se daban los fines de semana allá por los 60’s, en la Unidad Vecinal # 3. Pero, como diría mi compadre Willy (que hasta hoy lo sigo viendo): “esa es la diferencia entre un único gol y un gol único”.




viernes, 27 de abril de 2018

SUZI QUATRO, a pesar de las tormentas







¿Quién no se iba a enamorar de una chica así? Se decía que el Fender Jazz Bass que aporreaba la pequeña Suzi Quatro con rigurosa inclemencia, era un símbolo fálico por demás evidente, pues era el más grueso del mercado y –a como lo sacudía- invitaba a proyectarnos más allá de nuestros colchones. Con sus apretados trajes de cuero y sus pecaminosos emblemas sado-masoquistas, esta chica tan menuda originaria de Detroit, logró vender 50 millones de discos. Nada mal. (O como dirían los machos del rock: “nada mal para una chica”)



La conocí gracias a la revista suiza “Pop” (que muchos pensaban que era un magazín alemán), inflando a más no poder su virulenta ofensiva de reminiscencias del más vital rock n roll, allá por 1973, días de Glam y Teen Pop, donde Suzi reinó a sus anchas, con canciones como “48 Crash”, “Can the Can” o una que sonaba muy fuerte en nuestra Lima querida: “Manejando a las puertas del Diablo”.

Cuando el Glam perdió brillo, Suzi se volvió un lejano y enchamarrado recuerdo. Hasta que en 1980, gracias a la película “Times Square” y a los programas de videos, volvió a los primeros lugares de atención con su dinamitera “Rock Hard”, una joya de frenetismo en un momento en que el plástico y la menudencia de muchas bandas New Wave estaban copando por entero los oídos del mundo.

Hace poco, en pleno siglo XXI, gracias a estas palancas tecnológicas que nos permiten estar al tanto de lo que ocurre con nuestros ídolos, volví a ver y escuchar a Suzi Quatro. Y fue muy bello. Sigue tan linda y rockeando como siempre. Lo cual me alegró mucho, pues uno siempre celebra el que las personas que tanta alegría nos dieron, continúen bien y haciendo las cosas que les gusta... a pesar de las tormentas.



 ¿Una canción de estos tiempos que te pueda recomendar? Pues te diré que “Whatever Love is” es toda una gema de colores tan densos que contrasta con lo que uno podría esperar de cualquier artista “comercial”. Está en su disco del 2011 titulado “In the Spotlight”, donde también hay canciones como “Rosie Rose”, “Hard Headed Woman” o “Strict Machine”, que bien podrían haber sido compuestos en 1974.  Gracias, Suzi. 





martes, 24 de abril de 2018

LAS ÚLTIMAS PALABRAS DEL GRAN EXPLORADOR


Muchos discos me han impactado desde la primera escuchada. No soy de esos que dicen tener que oír un trabajo "varias veces" a ver si le gusta... No le encuentro lógica. Si no me gusta a la primera, no me va a gustar jamás. Y este disco del inglés TV Smith (en esta oportunidad con su banda The Explorers), fue de esos flechazos que te fulminan en una.
"The Last Words Of The Great Explorer" llegó a la casa de la mano de mi dealer de vinilos (mi tocayo Daniel Castillo) quien intentaba vendérmelo como "lo más punk de toda la punkitud punk del mundo punk"... Como si eso influenciaría en la negociación. Puse el disco y, con la primera canción me bastó. "The Perfect Life" era todo lo épico y espectacular que busco en cualquier banda. Sea punk, urbana o progre. Luego estaba el angustiante tema "El Sirviente", la nostálgica "Walk Away", la suave "Easy Way", la larga y emotiva "The Unwelcome Guest"... en fin... "Lo compro", le dije. Era 1981 y yo estaba totalmente enamorado de ese disco.


En 1986, durante mi última crisis (y mi último momento de coqueteo con el suicidio), vendí casi todos mis discos. Y entre ellos se fue este "The Last Words...". ... Un par de años después, si bien mi infierno personal se había alejado, las tinieblas estaban estacionadas en nuestra ciudad. No había dinero para nada. Ni para subirse a una combi, lo cual nos obligaba a muchos de nosotros a caminar. Y en una de esas tantas caminatas, llegué a La Colmena, que era el sitio donde nos juntábamos algunos subtes, y donde también vendían casets y remataban vinilos. ...Y ahí estaba. Era mi disco de TV Smith. Lo identifiqué de inmediato. Uno lo siente, uno lo reconoce como quien reconoce a su gato perdido entre mil gatos perdidos. Lo vendían a la mitad de lo que yo lo había vendido, pero mi inopia era cien veces mayor. ...Lo levanté de aquella indigna bandeja, lo miré y luego lo volví a poner en su cubeta. No lo podía recuperar. Y me alejé. Y mientras me iba, sentí que ese disco me miraba, con ese resignado e inexplicable silencio que brota de toda criatura abandonada.


En 2012 salió una re-edición en CD, una caja donde viene el set original más tomas alternas, versiones en vivo e inéditos. Lo compré vía Internet y 20 días después llegó a la casa. Vino con un librito, fotos y pormenores de la grabación... Ya no fue igual. Obvio. Solo quedaban las magníficas canciones. Porque un disco no son solo canciones. Son historias alrededor de este, son emociones muy particulares que circulan en cada uno de sus surcos y en los cartones de su portada con el que, seguramente, en alguna oportunidad habremos hasta dormido. 
Así que -qué irónico- la última vez que lo escuché, allá por 1986, no imaginé que de verdad serían las últimas palabras que ese gran explorador habría de contarme. (Daniel F)

a la izq: TV Smith con su banda punk, The Adverts.... Derch: TV Smith, hoy, en un disco acústico. 

martes, 3 de abril de 2018

EL LADO OBSCURO DE TU LUNA


Era 1973. Y ése año fue EL año. Por alguna extraña coincidencia, a todos se les dio por hacer Obras Maestras (así, con mayúsculas). No sabemos qué tenía el agua o el oxígeno en esos días, que de pronto hasta los grupos de rock and roll más básicos y sencillos, plasmaron para la posteridad, enormes y elevadas maravillas que aún hoy estamos esperando a que alguien las supere.
     
Mi hermano Ricardo era un gran entusiasta de todos estos sones. Y cuando salió El Lado Oscuro de la Luna (de Pink Floyd), le agarró tan tremendo camote, que lo escuchaba día y noche, las 24 horas, sin parar. Yo siempre me quedé con el Atom Heart Mother (que es de 1970), pero mi hermano estaba tan poseído, que era imposible despegarlo de ese lado oscuro en que había caído. Para la detonada cabeza de Ricardo, no había nada más grande sobre el planeta que aquel lunático disco, veredicto que coincidía con la crítica mundial, que decía que el “Dark Side of The Moon” era “el mejor disco de 1973”, consiguiendo una infinita infinidad de nuevos fanáticos, amén de una treintena de Discos de Platino, incontables Discos de Oro y múltiples Discos de Diamante.


     
Han pasado décadas, y mi Top-Ten Floyd no ha cambiado. Primero es el Atom, luego el Meddle y mucho después el Dark Side. Pero no le vayan a ir con el chisme a mi hermano Ricardo, se puede molestar. Él es de esos floydianos susceptibles, cuyo delirio emocional sólo puede ser superado por los alocados aspavientos de algún simpatizante de los Beatles o por fogosidades extremas de algún vikingo del fútbol.





sábado, 24 de marzo de 2018

LOS PELEADORES, 1983

En el área de la ciudad de Lima, era fácil encontrarnos con bandas frecuentando los mismos caminos y tocando las mismas puertas. Contrario a nuestra postura, la mayoría todavía seguía prefiriendo el cover, cabalgando sobre las más populares canciones del momento. De aquella mancha, con quién solíamos encontrarnos era con los Fighters, abriéndose paso por la maleza a punta de fusiladas zeppelianas y mucho Kiss. Los encontrábamos en cuanta convocatoria había: para salas de baile, festivales, verbenas… 

El 27 de Octubre de 1983, la gente de AMUSI, nos llama para amenizar un evento distrital en la Urb. Ramón Castilla, en el distrito del Rímac. La cosa era arriba, en un cerro, en una cueva. Debe haber sido el lugar más extraño en donde hayamos tocado. Dentro de aquella cavidad geológica, habían improvisado un tablado, luces y hasta una tribuna de madera. Estaba lleno de gente. En el escenario –vaya sorpresa-, estaban los Fighters, desatando a The Police y haciendo honores a los Enanitos Verdes. El sonido era bueno y los muchachos tenían mucho oficio, pero el público no se notaba muy entusiasmado. Bostezaban en medio de las piruetas que hacía el cantante, levantando el pedestal del micrófono o arrodillándose en los momentos más dramáticos mientras cantaba “Love Hurts”. Los organizadores, al vernos llegar, se apresuraron en detener a los ‘peleadores’ e invitarnos a subir al escenario. Nos saludamos con los colegas y uno de ellos nos dice: “Gracias por llegar. Hemos estado acá tocando por más de dos horas, y no pasa nada. Público difícil. No los mueve nadie… ¡Suerte!”… Agradecimos las palabras y nos enfundamos los instrumentos. Arrancamos sin ningún miramiento con “En Una Invernal Noche de Surf” y el caos se desató. Por alguna extraña y puntiaguda razón la gente comenzó a saltar, gritar y tirarse sobre el escenario. El rock and roll había llegado… 



Luego de dos minutos y medio de batahola (y luego que el animador pidiera un poco de calma a la gente), pasamos a tocar “Patricia, la del Bulevar”, nuestro tema largo y menos virulento. Pero a pesar de eso, la gente siguió armando trifulca y emprendió el baile como nunca imaginé que pasaría. La algarabía y el desorden culminaron con la caída de la tribuna de madera apostada a un lado de la pista, suspendiéndose de inmediato nuestra presentación. El animador llamó de nuevo a los Fighters para que continúen tocando. Y como por arte de armónica nigromancia, la gente volvió a su estado de quietud. Nunca lo entendimos. Pero de todas formas salimos totalmente re-alimentados y muy convencidos de que nuestros pasos estaban siendo los correctos. (Daniel F)  


NOTA: Las imágenes que acompañan esta nota son actuales. La de arriba es la portada para Spotify y ITunes de la grabación que estamos comentando, la original de 1983, registrado con un grabador a pilas y cuyo enlace lo estamos colocando al final de este post. La segunda foto es de Leusemia tocando en el Vichama (centro de Lima), en el 2018, un chongazo que me recordó mucho al chongote ocurrido en aquel lejano 1983.  






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lunes, 5 de marzo de 2018

DISCOS DE CHAMUSCADO PULMÓN Y HUESO



Entre bromas y drama, suelo contar que en los 70’s, conseguir discos de rock o revistas, era como dar largos paseos por la interminable vereda de la fatalidad. Pero en la Rusia de los 50’s (la Unión Soviética y sus satélites), el asunto adquiría ribetes de terror. Mientras que en algunos países latinoamericanos, escuchar o tener discos de Silvio Rodríguez o un libro de Marx, era penado con cárcel o algo peor, en la URSS, poseer discos de jazz o rock n roll era ir en contra de los dogmas y, por lo tanto, te enviaban a Siberia. Ante esto no faltaban aquellos discordantes que buscaban la censurada música en ocultos radios de onda corta o se pondrán a traficar con discos llegados de “los países imperialistas”; los muchachos se juntarán con otros disidentes y –a escondidas- escucharán a Benny Goodman o a los Platters.   

Pero hubo quienes fueron un poquito más allá y comenzaron a fabricar sus propios y muy personales discos con “música prohibida”. Y en lugar de usar vinilo virgen o discos de laca, usaban placas de rayos X, material que, si bien no daba un sonido extremadamente fino, era un poco más sencillo de conseguir, amén que aguantaba el proceso de “grabado”.



En el libro Back in the USSR: The True Story of Rock in Russia”  de 1987, Artemy Troitsky nos dice:  “Encontrabas radiografías con los pulmones, la médula espinal o fracturas de huesos, redondeadas con tijeras, con un agujero en el centro y los surcos apenas visibles (…) La calidad era horrible, pero el precio era bajo, un rublo o rublo y medio“.   

Así que, aunque nos parezca chiste, Elvis, Bill Haley o algún cantor de Jazz, sonaban mientras unos huesos o el chamuscado pulmón de un fumador del Volga, giraban de forma encubierta en alguna tornamesa moscovita.

Como dirían esos memes de la rana René: A veces lamento haber nacido en un país con un mercado discográfico totalmente infortunado. Luego veo los discos en placas de rayos X de los pobres ciudadanos rusos, y se me pasa. (Daniel F)



domingo, 11 de febrero de 2018

UNA AMISTAD A PRUEBA DE DISCOS


Arnaldo Guerrero es un amigo del barrio, parte de la pandilla de mis hermanos mayores. En especial, de mi hermano Cesar. Es una de esas amistades que no admiten distancias ni dudas. En los 60’s e inicio de los 70’s, paraban juntos de un lado a otro, escuchaban música por horas y eran inseparables. Algunos los jodían gritándoles: “¡¿Cuándo se casan?!”…

Gran fan de los Beatles, Arnaldo tenía todos los discos. Pero lo que nos admiraba de él era su erudición acerca de todo lo concerniente al cuarteto de Liverpool. Lo que hoy nos puede parecer un conocimiento pueril, en esos días, lo de Arnaldo lo tomábamos como sabiduría pura. Por ejemplo, una noche discutíamos sobre quién cantaba la versión beatle de “Roll Over Beethoven”. Hasta que apareció Arnaldo y dijo: George… Y todos nos pasmábamos ante tanta sapiencia. O aquella noche en que, escuchando ese maravilloso Álbum Blanco, mis hermanos y yo nos enfrascamos en apuestas en saber si era John o Paul el que cantaba “Good Night”… Hasta que llegó Arnaldo y nos dijo: Ringo… ¡Qué bárbaro! Todos aspirábamos algún día a tener tan tremenda ilustración.


Pero muy al margen de su bagaje, el tipo era un guerrero. Y como tal, se aventuró a salir del país e intentar hacerla en los EEUU. Se llevó algunos de sus discos, básicamente de bandas peruanas (We All Togheter, Traffic Sound, etc) y le dejó a mi hermano Cesar toda su colección de los Beatles, lo cual, obviamente, para nosotros fue toda una festividad y un embeleso. Especialmente para mí, que me levantaba de madrugada a mirar aquellas ediciones que, entre nacionales e importadas, daban un vuelo terrible y gaseoso a mis más arrebatados ensueños.

Pero luego, con el transcurrir de los meses, comencé a notar que aquellos maravillosos discos comenzaron a desaparecer. Uno a uno se fueron ausentando de nuestro pequeño espacio destinado a los vinilos. Cuando pregunté a mis hermanos qué estaba pasando con los discos de los Beatles, ellos encogían sus hombros… Los muy insensatos los habían estado vendiendo o cambiando por algún tipo de mercadería. Los alcaloides habían ingresado a mi casa de la manera más díscola y tornamesada. Me enfadé mucho. No podía creer tan tremenda estupidez.


Años después, Arnaldo Guerrero volvió al Perú. Ya era 1979 y el tipo había logrado su cometido en los yunaites. Estaba totalmente establecido. Era un psicólogo de renombre por allá y había regresado al Perú por unos días. Fue recibido como un héroe, desatándose una verdadera fiesta. Pasadas las emociones, mi hermano Cesar y él se quedaron a solas… Nunca supe qué se dijeron, ni en qué quedaron. Tampoco me interesa hoy averiguarlo. Lo único que sé (y creo que es lo más importante), es que siguieron siendo amigos y lo siguen siendo hasta hoy, en pleno siglo XXI, donde Arnaldo, ya retirado de la psiquiatría, ha retomado la patria, a los antiguos compinches y a la vieja vecindad. Al parecer, la amistad entre este guerrero y mi hermano, es a prueba de discos. (Daniel F)